25 de agosto de 2011

O L O R E S

           Nunca había llegado a pensar  cuan desconcertante puede ser una habitación de hotel de paredes prefabricadas; y es que me encuentro entre otros dos cuartos que podrían ser uno mismo, los sonidos y olores se mezclan, traspasan y llegan al mío para pasar después al otro, parecería un filtro, un centro de acopio de nuevos sonidos y olores para el cuarto contiguo o viceverza.
           
De pronto, hace un par de días me encontré despierto en plena batalla de sonidos y olores cruzados, por un lado gritos y reclamos, sudores y lágrimas; por  otro murmullos y perfumes. Estaba en un lugar estratégico de recepción de sentimientos que acabaron por condensar sobre mi cama, creando un ambiente ajeno al de mi habitación; los olores habían inundado cada rincón del cuarto, se apoderaron de todo objeto que yacía inexorable, aún sobre los que poseían un olor particular, un olor propio, un recuerdo lejano que con el olor comunicaba su olvido. Cada una de las partes de la habitación fue totalmente conquistado, aprehendido por aquella mezcla extraña de olores que se introdujo por dos flancos; incluso yo formé parte de esa extraña escenografía , me descubrí triste y desolado en la cama inmóvil con una sensación de terrible vacío, mi cuerpo fue vaciándose, quedándose sin nada, sin ninguna referencia que me trasladara a mi vida de antes, no pude recordar a Ana.


Aquella madrugada, encerrado entre cuatro paredes prefabricadas y bajo un intenso bombardeo con aromas extraños, había logrado separarme de la memoria de Ana, de la razón por la que había cruzado la mitad del país y ahora me encontraba tendido sobre una pequeña cama de un cuarto de hotel con paredes prefabricadas en medio de la nada.

-¿Estás loco?- preguntó azorado Camilo
-Mi cuerpo no puede más- respondió Marcelo
-¿Te das cuenta de lo que dices?, pretendes atravesar la selva y encontrarla, y tan sólo por un estúpido recuerdo, por un olor.
-Se trata de algo más que un simple olor, del recuerdo que trae ese aroma, es amor.... un amor imposible. Quiero darme cuenta si la decisión que tomé hace seis años fue la correcta.

Marcelo había llegado a esa resolución después de encontrar un guante de ella bajo el clóset, hacía seis años que habían decidido separarse, que por mutuo acuerdo abrieron la puerta y se marcharon, no existieron reproches ni lágrimas, tan sólo una decisión fuerte como el hierro: separarse y esperar. Marcelo se había dedicado a terminar aquel estudio interminable sobre la evolución cultural a partir del contacto físico, es decir, de la evolución del erotismo, no había logrado terminarlo, sin embargo lo había  aprovechado como pretexto para su encuentros íntimos, los cuales lo habían provisto, según él, de un horizonte mucho más amplio para su estudio. Durante las mañanas trabajaba en el puerto contabilizando la pesca de cada día, había logrado inmiscuirse en un par de flotas pesqueras para llevarles las cuentas, funcionaba como administrador general; era un trabajo excepcional para Marcelo, ya que no le quitaba demasiado tiempo para desarrollar su estudio, además de poder conseguir plata suficiente para vivir. Las tardes se entretenía haciendo llamadas telefónicas, intentando obtener algún especímen femenino que aceptase formar parte del estudio antropológico; y así es que en las noches era el tiempo de lo experimentos y de la pasión; varias veces se había encontrado en dificultades con las mujeres del estudio, ya que más de una se enamoró de Marcelo y exigía las cuestiones tradicionales del amor formal, sin embargo, Marcelo se las ingeniaba cada vez y lograba salir del mal paso como un torero. No había vuelto a enamorarse, desde aquel día decidió esperar, tal y como lo convinieron.

-Mañana me voy- dijo decididamente Marcelo
-¿Cómo?, ¿a dónde?, ni siquiera sabes dónde está- preguntó azorado Camilo
-Tengo que salir, no aguanto más, creo saber que se encuentra más allá de las cañadas- respondió Marcelo.

Tendido boca arriba buscaba, enfurecido y nostálgico algún recuerdo que justificara mi presencia en aquel cuarto oscuro, lleno de olores irreconocibles, tan ajenos a Ana; solamente recordaba que Ana poseía un olor especial, una mezcla extraña tan diferente a los olores que se precipitaban sobre la cama, incluso distinto al de las demás mujeres, memorable y activo.  Hace tiempo, cuando existía Ana, estaba convencido que el amor era una lucha, una batalla que se fundamentaba en la búsqueda de un olor, un aroma, que transformase las miradas, los ojos en simples órganos de la vista. Es un olor que construye futuro, que tiende puentes entre lo tangible y lo intangible del porvenir, certeza de un mundo compartido, de dos, para dos; anuncio de un cielo, de nubes como camas y sillas como trasatlánticos, de noches sin tiempo y rumbo fijo; conexión invisible, fuerte, permanente, más allá de los cuerpos, de los latidos que marcan los pasos, se trata del saberse lleno, colmado de aquella mujer que posee el aroma, de la certidumbre  que la batalla, la lucha se ha terminado.

          Rodeado, sitiado por aquellos olores que condesaban la atmósfera superior de la cama, que proclamaban cierta posesión, algún dominio, cualquier control sobre mi, imaginé a Ana, experimentando con plantas, raíces, buscando una milagrosa poción que curase cualquier enfermedad, alguna dolencia, un padecimiento. La imaginé en mitad de la selva, tranquila, buscando minuciosamente entre los matorrales, los helechos, con ganas de regresar a casa o a la cabaña, al fuego, a la seguridad del hogar, quitándose primero las botas y después el sobretodo, caminando hasta la cocina para prepararse un té, sentándose en algún sillón, cualquier silla para revisar la jornada; después entraría un hombre alto, fornido, curtido por largas horas al sol, se acercaría a ella para besarla tiernamente en la mejilla, intercambiarían algunas palabras, dos o tres frases nada más antes de estrecharse eternamente durante la noche, en comunión, ella sonreiría, muda, segura, tan llena de él, miraría más allá de los ojos, apoyando la barbilla contra el pecho de él, se mirarían, se miran. Ella lo toma de la mano, la aprieta, pensando en lo feliz que es, olvidándose de ayer, de seis años, de los entusiasmos perdidos, de las miradas, de la mala suerte, de la liturgía del amor compartido, de las promesas no cumplidas, nunca recordadas, de Marcelo. A la mañana ella se levanta primero, desnuda, camina, se asoma por la ventana, enamorada, sonriendo comprueba como las flores que el sol y el agua están en su sitio, toma una taza, camina hasta la cama y se acuesta a un lado de él, se recuerda feliz, lo besa en la frente, más verdadera. La abraza, se funden de nuevo en un latido, dos cuerpos, un latido, ella vuelve a sonreir, él descubre la profundidad de los ojos de ella, sonrie, se besan, cómodos, sin prisas, sin tiempo, comen, disfrutan del amor sin frenos, se toman de la mano y de las manos, se conocen, se confían, se palpan, se gustan, se contemplan y se derriten, se buscan, se acoplan, se incrustan, se fascinan, se iluminan y se entregan.

Marcelo despertó cansado y triste, el día había empeorado, unas nubes negras se acercaban disimuladamente desde las montañas, augurando mal tiempo, probablemente lluvia. Se levantó seguro, decidido, en la habitación no quedaba rastro alguno de olores, parecía que durante la noche se hubieran escapado para permitir la entrada a uno sólo, a Ana; la cama se quedó deshecha al sailr y cerrar la puerta, bajó uno a uno los escalones, contándolos, caminó hacia la recepción, tranquilo, cómodo, saldó la cuenta de la noche anterior, pidió café y salió hacia el auto, metió la maleta a la cajuela, la cerró y tomó tranquilamente dos sorbos de café, sintió como le calentaba la boca, la garganta, el estómago, el cuerpo, desvelado se introdujo en el auto, tranquilo y cómodo arrancó y partió hacia donde había salido, regresaría, volvería de nuevo al lugar de siempre, sin cumplir su deseo, solamente decidió tomar el camino que lo había arrojado allí, con una idea en la cabeza, esperar, tal y como lo convinieron.

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